Nada nuevo bajo el cielo. Vivimos tiempos convulsos, llenos de retos donde, lo que nos parecía seguro tiembla y se desprende de nosotros dejándonos en la incertidumbre. Y vivimos estos tiempos en un contexto en el que predominan, al mismo tiempo, dos tipos de relatos.
Lo primero es que vivimos en la absoluta desesperanza, habitando una vida que ya no es vida, esperando el colapso. El segundo se divulga a través de promesas vanas de felicidad, eludiendo la dificultad de la parte dolorosa de la vida, explotando nuestras vulnerabilidades y las de los demás, invitándonos a un consumo sin límite para conseguir una felicidad plástica y estéril.
Estamos sometidos a ingentes cantidades de información que atraviesa constantemente a cada una de nuestras células y que viene cargada de juicios, opiniones, miedos, violencia, persuasión e ingeniosas distracciones para escapar del contacto con nosotros mismos y en la vida.
Así que vivimos con la interferencia de toda esa información. Nos cuesta encontrar un espacio y un tiempo para conectar con nuestros sentimientos profundos, con las necesidades de nuestro cuerpo, con la sencillez de habitar en cada momento de nuestras vidas.
Huyendo del dolor de este vivir, buscamos soluciones rápidas que nos alejen de lo que sentimos. Creamos corazas que atenúan una y otra vez lo que podría transformarnos: el contacto profundo, sin matices, con nosotros mismos.
